miércoles, 24 de abril de 2013

A veces...

A veces te sientes tan derrotado como un boxeador en una fonda. Te aupas desnudo del jergón, la bombilla oscilando y tu sombra con ella. Te cuadras de hombros y le lanzas el primero seco y frío, muy desentrenado. Sin imaginarte que por errores menos estúpidos que ese otros han pagado con una largueza obscena.

Entonces, la greña, sanguinea, te trepa el espinazo y zumbas más sucio y más caliente al chiste de tu figura.

Tumba la rodilla, saco de mierda. Levántate ahora. Muerde hasta que sangres. Aguántame la mirada. Te rendirás cuando yo te lo mande.

lunes, 17 de diciembre de 2012

JOSÉ ANTONIO VALDELOMAR Y LAS MALAS RACHAS

Protagonizó "Deprisa, deprisa" de Carlos Saura. Película que se estrenó a finales de marzo del 82, y que el año antes se había llevado el Oso de Oro en el festival de Berlín.

Y aunque Jose Antonio estuvo en Alemania, no pudo estar presente en el estreno.

Una semana antes, con la soga de las deudas y el mono, había atracado la sucursal del Banco de Vizcaya en Rios Rosas junto con un compinche que - jodida la gracia - es justo su compañero de reparto que interpreta a su - redoble de tambores - compinche de atracos. Roban 163 000 pelas y se van Castellana abajo a toda ostia camino de Villaverde, donde viven. Tan a toda ostia que se comen de frente un R6. Ni media hora conservan el pellizquito de viruta. La policía no tiene ni que maniobrar, los monta en la patrulla esposados y pone la directa a la cárcel de Carabanchel. Una semana después los medios se acercan a la penitenciaría en la que está custodiado a la espera de juicio para conseguir alguna impresión del "Mini", que es su apodo carcelario.

Esto no lo dicen, pero me lo imagino, allí igual un crítico de micrófono, de aquellos más que serios, siempre planchandose las mangas con ese tick tan Buenafuente, que un gacetillero, que un calvo en gabardina fumandose hasta las uñas, desaliñado y de vuelta de todo, directo de la sección de sucesos.

Valdelomar que es, como todos los kinkis, encantador, se aclara y se disculpa. A ver quien le reprocha nada con esa pinta de niño de primera comunión. Ahí se le pierde la pista hasta el 92. Pero a eso vamos luego.

El Mini ya era un delincuente que había pasado más tiempo en la cárcel que fuera. Un año antes de que Saura como director y Elías Querejeta como productor decidiesen quedarse con él en un casting para actores no profesionales, se había casado con su novia Genoveva López. Este dato parece que no lleva a ningún sitio, pero todavía no es 1992.

A raíz de su detención, se arma un revuelo, un revuelo fino y todas las lenguas se sueltan. Uno por allí cuenta que es un delincuente habitual, otro por allá dice que venía siempre puesto de jaco. Querejeta, forzando un empate, consigue que no se le identifique como el Mini, el delincuente, sino como Jose Antonio Valdelomar, el actor. El Mini, que sólo tiene buenas palabras hacia Saura, aclara a los periodistas que se le fue la pinza, que estaba corto de pasta y de alguna forma tenía que ir tirando.

Entonces los periódicos ven un filón y empiezan a tirar del hilito.

Primero, que el guapito de cara cobró 300 000 rubias por hacer la película (una pasta hace treinta años, medio año de curro) y se las pulíó en el vicio y en montar una tienda de discos que le duró abierta dos telediarios.

Segundo, que ya era muy conocido en Villaverde, era el Mini, un atracador a mano armada peligroso quien sólo desde que acabó de rodar la película y hasta su estreno había robado dos bancos, el primero con un botín de 450 000 pelas y el segundo, como ya se sabe, 163 000.

Vamos, que de esta no se libraba.

Muy listo el productor si, como me barrunto, hizo que un coleguita por aquí, otro por allí le hiciesen saber, como quien no quiere la cosa, que si era bueno, se desenganchaba y dejaba de joder la promoción de la película, igual pensaban en él para un papelín cuando cumpliese. Lo que se conoce como achantar la mui.

Ni rastro de él los siguiente diez años. Igual no le buscaron. Hay que ser muy tonto para hacerlo.

Diez años después está en el ala especial de los seropositivos en Carabanchel. Tenía ya la cruz de ceniza bien marcada en la frente el amigo. Igual le daba de una forma u otra. El día antes de morir, su mujer, acordáos, Genoveva, le escamotea en la tortilla o entre los filetes empanados, o en el tabaco negro, un chute. El Mini, avaricioso, carga la jeringa hasta que el émbolo casi se sale y adiós muy buenas. A mamarla todos.




Una curiosidad antes de cerrar: su compinche del atraco de Rios Rosas, el que fue su compañero de reparto en el papel de compinche de atracos ficticio. Pues ese, se llamaba Jesús Arias Aranzueque, otro desastre. Murió medio año antes que Valdelomar, también de sobredosis. Todo muy paralelo y muy pulcro, bonita coreografía.

jueves, 6 de diciembre de 2012

EL LOSER Y EL KINKI




¿Es ésto? ¿El cine Kinki es una historia de perdedores que no saben que siempre están perdiendo?

Antes de decir nada, supongo que los quisquillosos me estarán reprochando porqué mezclo churras con merinas. Porqué un concepto anglosajón y protestante va a justificar el síntoma de una sociedad mediterránea y católica.

Esos mascachapas me dan igual, supongo que a los demás, a los que piensan que la referencia se les escapa, les debo una explicación.

¿Habéis pensado alguna vez en el héroe de acción? Nunca recibe un disparo, nunca se despeina y las mujeres (siempre son heteros) se derriten con su mirada (sea Arnold o Chuck, ¡que vaya dos motivos para lubricar!).



Aunque estamos muy acostumbrados a reconocerlos y forman ya parte de nuestra cultura postiza, la forma de mediterraneizar el mensaje es decir: “¡Vaya par de cojonazos que se gasta el Chuache!”

Pero eso no es lo que un espectador de cultura protestante sintetiza. Hay mil símbolos religiosos que el pulido constante del guión perfecto ha integrado orgánicamente en la trama. Para un espectador, digamos, de Dakota del Norte, está sucediendo una epifanía en la que la victoria del héroe anglosajón es la demostración teológica de que Dios existe.

Venga, ahora comparad de memoria una película americana con una inglesa. 


¡BOOOM! Exacto. Eso mismo. Es la misma razón por la que en EEUU jamás se podrá hacer un punk decente. GOD IS DEAD.

No me voy, sigo.

Según la interpretación católica del cristianismo, un bebé, cuando nace, es un cúmulo de potencias. Puede ser bueno o puede ser malo. Puede salvarse o puede condenarse. Son sus actos posteriores y el amoroso cuidado de sus padres los que decidirán el destino de su alma.

Según la interpretación protestante del cristianismo, un bebé, cuando nace, ya nace salvado o condenado al infierno. No hay nada que hacer.

La pregunta que se hacen ellos cuando llegan a una edad en la que este problema es acuciante (los seis o siete años, según mi experiencia) sería: ¿Cómo sé que soy uno de los salvados o uno de los condenados?

En la respuesta está el meollo del asunto: lo puedes saber porque Dios manda señales a sus elegidos para que sigan por el buen camino.

Es decir, si yo monto un negocio y mi negocio triunfa, es obviamente una señal de Dios de que soy uno de sus elegidos.

Un triunfador en EEUU es algo más, entonces, que un triunfador en España, por poner. No sólo tiene pasta, cochazo, piscina, come siempre que quiera en el Friday’s… sino que además irá al cielo, donde sabe que ya tiene reservada una taquilla en el club de golf con su nombre para toda la eternidad.


Igual pasa con las metas propuestas, basta que se lance y salga de todo el fregado sin un solo rasguño, o se quede con la chica, o consiga dar de baja la línea de Internet para que la señal, fuerte y clara, le confirme las suposiciones que le espantan el sueño desde la primaria.

Volviendo al cine de acción, culminar la erradicación de la trama de narcotráfico que se llevó por delante al hijo de tu amigo; volar por los aires (paradójica y literalmente) la célula terrorista que pretende… volar por lo aires… algo; o salvar al presidente (¡Sí, chicos, el primer elegido de todos los elegidos, el Number One!), no sólo indican que ese héroe solitario es una especie de santo entre los humanos, sino que su anonimato es la sugerencia de que un ejercito de santos corpóreos cuidan de los pobrecitos protestantes.

Bueno, luego está el añadido semita a la fórmula: sea lo que sea que se cruce en su camino, ya puedes atravesar las diez legiones de Roma, pasará por encima, fulminará torres de vigilancia, atropellará minas que tras explotar sólo le dejarán un churrete de hollín en la sien, acribillará a cientos de extras indígenas pagados con el orgullo de salir en el cine y un bocadillo de mortadela, y en un cheek to cheek climático aplastará la tráquea del traficante/banquero/mafioso/terrorista jefe en el salón de su centro de operaciones. Es decir: cumplirá la prometida (prometida por Jahvé) venganza contra los enemigos del pueblo judío.  

Pero no es hacia allí a dónde quiero ir.

¿Qué pasa si resulta que no eres uno de ellos? Pues que todo te explotará entre las manos, encontrarás vello púbico en tu hamburguesa y en el baile de fin de curso te gastarán la putada de empaparte de pintura roja el precioso vestido de gala.


Estos son los losers, los perdedores. Los que acabarán en el infierno. Aquellos a los que nadie quiere hablar. Esa gente de la que los quaterbacks y las cheerleaders se ríen sin ningún disimulo. Los que les da igual ocho que ochenta y aparecen una mañana en el instituto con la mochila llena de armas semiautomáticas para ir a donde ya saben que van a acabar yendo, pero a lo grande.

(Por cierto, ahora que caigo: ¿Os acordáis de aquello de “save the cheerleader, save the world”?)

Volviendo a la primera pregunta, entonces, se trata de una fórmula específica, industrial, de extrarradio y mediterránea de esa misma creencia. Da que pensar, ¿verdad?

Es más, hay algo del cine social inglés, todo ese cine crudo del descontento, del punk, de la gran cabalgada politoxicómana hacia la nada. El fracaso de la democracia como idea. 
No sé si lo quiero decir o está saliendo así, pero ¿hay hueco para rescatar una intención social, como en el cine británico, o no es más que un costumbrismo ingenuo, flotante, cómico, redundante…?

jueves, 29 de noviembre de 2012

EL MAL Y YO

Primero me ha venido a la cabeza el bollycao que me comía cada mañana cuando iba al cole, luego la tienda abarrotada donde lo compraba y la papelería a la vuelta de la esquina que iba a abrir poco después (lápiz y papel, me acuerdo) que viendo las peloteras de niños que se formaban, empezó a vender donuts y bollycaos entre que acababan de montarle el mobiliario.

Seguro que lo que más te ha llamado la atención del párrafo anterior ha sido lo del tiempo que se tarda en montar el mobiliario de una tienda. Imagínate si hace de eso que ni Ikea.

El caso es que después del bollycao, y el recreo, me ha venido a la cabeza un día en concreto en que vendíamos bollería artesanal en el patio del colegio para costearnos el viaje de fin de curso con destino a  Cataluña y Andorra (como todos desde el principio de los tiempos).

Ese día, nos faltaron tres duros. Yo no sisé ni media palmera, lo juro. Pero faltaba justo lo que valía una. Cuando el jefe de estudios vino a recogernos, me dijo que tendrían que haber cien pesetas y yo sólo tenía ochenta y cinco. Miré bien en los bolsillos, en los que de haber algo aunque fuese mío hubiese ido al bote del viaje, pero nada. No hay cosa que más me joda que parecer, sin serlo, un mangante.

La cosa es que desvié la cabeza a la chica que me acompañaba en la venta (se hacía entre dos), y vi a Purificación, Puri. Ahí es donde empieza mi historia.


Puri, para que os la imaginéis, era una pequeña miss sunshine con un pelo que me parecía rubísimo y lisísimo y peinadísimo, un eterno chándal rosa chicle muy barato (en mi clase no había ropa barata o cara, era toda igual de mierdosa, pero sirve como referencia) y unas gafas todavía más gruesas y panorámicas que las de la niña de la película. No había cristales reducidos, así que los cristales eran entonces gruesos como tabiques, y tras ellos, los ojos azules de Puri, desproporcionados, parecían siempre pedir clemencia. Ahora, si la recuerdo bien, pienso que Puri debía ser una niña adorable y tímida, sugiriendo, con tanta felpa de tanto chandal rosa, el hueco de un abrazo turbio de Nenuco. Pienso en ella de niña y pienso en Nenuco, no sé si me acuerdo o me lo invento.

También recuerdo el día que nos dijeron, esperando demasiado de nosotros, que su madre había muerto, como si a un chaval de siete años le pudieses encajar la barbaridad de la idea. La crudeza. La tristeza.

Puri perdió a su madre muy niña, quizá de ahí, ahora la veo tan tierna, tan indefensa, como desamparada en un polígono industrial. Pero no la veía así mi aquel de entonces.

Llevo semanas pensando en esa y otras cosas. Fundamentalmente en mí. Es un hecho que me crié casi a ras de suelo, con los ojos a la altura de los tobillos de Don Tal y la Señora Cual. Aceptas lo que te toca y ni siquiera piensas en que pudiera haberte tocado una suerte mejor. Ni de coña. El mundo fue así durante dieciocho años para mí (con suerte y la ayuda de mis padres, quienes sin saber muy bien porqué o hacia dónde, arriñonaron con mis estudios) y para la gran parte de mis compañeros de aquella clase, lo sigue siendo.

Se me ocurre que otro día tengo que hablar de los muertos, los que ni siquiera se quedaron en el barro de sus pisos de protección oficial, en los que todas las ventanas del baño tenían rejilla para que no se colasen los ladrones. Los que venían a mi casa, con un mono del copón en cada arista de los pómulos o la clavícula a pedirme, llamándome por mi nombre, algo para “comer”. Un día también tengo que poner eso.

Mierda de ochentas, pienso cada vez que un pelele con bigotito me pregunta dónde sigue la fiesta.

Miro hacia atrás y me dan escalofríos. No ya de dónde me he librado de seguir, sino de que en algún pliegue sigue siendo tan mío que sigo convaleciente, inoperable.

Sí que lo fuimos, porque con siete años nos parecía una aberración, toda culpa de ella. Fuimos crueles con Puri hasta descarrilarla y silenciarla. Otra imagen que tengo de ella, es cuando lloraba y el profesor la llevaba al pasillo donde la consolaba. En la mayoría de esas pesadillas, aunque quiero, no puedo ayudarla, sólo miro.

También, a veces, sueño que descargo toda la frustración, la rabia y la impotencia que hay en mí vaciando una garrafa de gasolina en una habitación a oscuras y encendiendo una cerilla. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

San Blas y Gandía



He elegido un tema como la filosofía chely porque aunque parezca muy viejo y descascarillao, está de actualidad. Sólo hay que ver Gandía Shore, esa torpeza sentimental, esa sensibilidad cazurra – como si tuviese todavía el embalaje -, para darse cuenta de que vivimos Kinkis Times. Alguien dirá que aquel cine tenía una intención social y que pretendía sacarle la parte blandita a los navajeros de los setenta, pero digo yo: ¿no es eso lo que intentan los grandes hermanos, el granjero que busca novia, la madre que quiere casar a su hijo retrasado con una actriz porno, o los fiesteros gandieros?



Igual alguien intenta ganarme la mano diciendo que aquellas pelis eran productos sibaritas para intelectuales rojos… Pues eso, ¿y quién ve en realidad a los de Gandía?

lunes, 5 de noviembre de 2012

EL MAL Y EL PIRRI




   "¡Como me estés engañando, mañana te busco y te curro!" cuenta que le respondió el Pirri a Eloy de la Iglesia cuando le preguntó si le molaría ser actor. Por eso digo que el Pirri te canea te pongas como te pongas, tan canijo como parece. 

   Hacía de quinqui niquelao porque era un quinqui como la copa de un pino, del barrio de San Blas de los 70, con eso lo digo todo. A ver si tú tienes los huevos de seguir tan chulo cuando tus padres te han repudiado y te han mandado a vivir con la abuela. Así que lo que cuenta de la paella de su madre, ni plas, todo mentira, pero bien que te lo has tragado. 

   El Pirri era actor, también, y un drogadicto que estuvo muy metido toda la vida, toda la que vivió, porque con veintitres se lo encontraron pajarico en un descampado con tres papelinas: la vacía que lo dejó seco y dos más apretadas en la mano. 

   Igual no le iba bien. Eso ya no importa. Él decía que sí, que, contando hacia atrás desde que se lo encontraron muerto, hacía casi un año que no se metía na de ná; que tenía una pivita y eso y se quería meter en una moto. Pero luego se quitaba el nervio yendo a pata desde San Blas hasta Gran Vía, donde grababa una sección de cine para un programa. 

   Lo jodido es que, por más que insista, a mí no me parece malo. Igual me pasa con su colega, el Manzano, que también se fue a morir en el mismo descampao en Vicálvaro lleno de picos usados que él unos años después. Igual es que aguantó hasta que se le acabó la cuerda.


Mañana más...