jueves, 29 de noviembre de 2012

EL MAL Y YO

Primero me ha venido a la cabeza el bollycao que me comía cada mañana cuando iba al cole, luego la tienda abarrotada donde lo compraba y la papelería a la vuelta de la esquina que iba a abrir poco después (lápiz y papel, me acuerdo) que viendo las peloteras de niños que se formaban, empezó a vender donuts y bollycaos entre que acababan de montarle el mobiliario.

Seguro que lo que más te ha llamado la atención del párrafo anterior ha sido lo del tiempo que se tarda en montar el mobiliario de una tienda. Imagínate si hace de eso que ni Ikea.

El caso es que después del bollycao, y el recreo, me ha venido a la cabeza un día en concreto en que vendíamos bollería artesanal en el patio del colegio para costearnos el viaje de fin de curso con destino a  Cataluña y Andorra (como todos desde el principio de los tiempos).

Ese día, nos faltaron tres duros. Yo no sisé ni media palmera, lo juro. Pero faltaba justo lo que valía una. Cuando el jefe de estudios vino a recogernos, me dijo que tendrían que haber cien pesetas y yo sólo tenía ochenta y cinco. Miré bien en los bolsillos, en los que de haber algo aunque fuese mío hubiese ido al bote del viaje, pero nada. No hay cosa que más me joda que parecer, sin serlo, un mangante.

La cosa es que desvié la cabeza a la chica que me acompañaba en la venta (se hacía entre dos), y vi a Purificación, Puri. Ahí es donde empieza mi historia.


Puri, para que os la imaginéis, era una pequeña miss sunshine con un pelo que me parecía rubísimo y lisísimo y peinadísimo, un eterno chándal rosa chicle muy barato (en mi clase no había ropa barata o cara, era toda igual de mierdosa, pero sirve como referencia) y unas gafas todavía más gruesas y panorámicas que las de la niña de la película. No había cristales reducidos, así que los cristales eran entonces gruesos como tabiques, y tras ellos, los ojos azules de Puri, desproporcionados, parecían siempre pedir clemencia. Ahora, si la recuerdo bien, pienso que Puri debía ser una niña adorable y tímida, sugiriendo, con tanta felpa de tanto chandal rosa, el hueco de un abrazo turbio de Nenuco. Pienso en ella de niña y pienso en Nenuco, no sé si me acuerdo o me lo invento.

También recuerdo el día que nos dijeron, esperando demasiado de nosotros, que su madre había muerto, como si a un chaval de siete años le pudieses encajar la barbaridad de la idea. La crudeza. La tristeza.

Puri perdió a su madre muy niña, quizá de ahí, ahora la veo tan tierna, tan indefensa, como desamparada en un polígono industrial. Pero no la veía así mi aquel de entonces.

Llevo semanas pensando en esa y otras cosas. Fundamentalmente en mí. Es un hecho que me crié casi a ras de suelo, con los ojos a la altura de los tobillos de Don Tal y la Señora Cual. Aceptas lo que te toca y ni siquiera piensas en que pudiera haberte tocado una suerte mejor. Ni de coña. El mundo fue así durante dieciocho años para mí (con suerte y la ayuda de mis padres, quienes sin saber muy bien porqué o hacia dónde, arriñonaron con mis estudios) y para la gran parte de mis compañeros de aquella clase, lo sigue siendo.

Se me ocurre que otro día tengo que hablar de los muertos, los que ni siquiera se quedaron en el barro de sus pisos de protección oficial, en los que todas las ventanas del baño tenían rejilla para que no se colasen los ladrones. Los que venían a mi casa, con un mono del copón en cada arista de los pómulos o la clavícula a pedirme, llamándome por mi nombre, algo para “comer”. Un día también tengo que poner eso.

Mierda de ochentas, pienso cada vez que un pelele con bigotito me pregunta dónde sigue la fiesta.

Miro hacia atrás y me dan escalofríos. No ya de dónde me he librado de seguir, sino de que en algún pliegue sigue siendo tan mío que sigo convaleciente, inoperable.

Sí que lo fuimos, porque con siete años nos parecía una aberración, toda culpa de ella. Fuimos crueles con Puri hasta descarrilarla y silenciarla. Otra imagen que tengo de ella, es cuando lloraba y el profesor la llevaba al pasillo donde la consolaba. En la mayoría de esas pesadillas, aunque quiero, no puedo ayudarla, sólo miro.

También, a veces, sueño que descargo toda la frustración, la rabia y la impotencia que hay en mí vaciando una garrafa de gasolina en una habitación a oscuras y encendiendo una cerilla. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

San Blas y Gandía



He elegido un tema como la filosofía chely porque aunque parezca muy viejo y descascarillao, está de actualidad. Sólo hay que ver Gandía Shore, esa torpeza sentimental, esa sensibilidad cazurra – como si tuviese todavía el embalaje -, para darse cuenta de que vivimos Kinkis Times. Alguien dirá que aquel cine tenía una intención social y que pretendía sacarle la parte blandita a los navajeros de los setenta, pero digo yo: ¿no es eso lo que intentan los grandes hermanos, el granjero que busca novia, la madre que quiere casar a su hijo retrasado con una actriz porno, o los fiesteros gandieros?



Igual alguien intenta ganarme la mano diciendo que aquellas pelis eran productos sibaritas para intelectuales rojos… Pues eso, ¿y quién ve en realidad a los de Gandía?

lunes, 5 de noviembre de 2012

EL MAL Y EL PIRRI




   "¡Como me estés engañando, mañana te busco y te curro!" cuenta que le respondió el Pirri a Eloy de la Iglesia cuando le preguntó si le molaría ser actor. Por eso digo que el Pirri te canea te pongas como te pongas, tan canijo como parece. 

   Hacía de quinqui niquelao porque era un quinqui como la copa de un pino, del barrio de San Blas de los 70, con eso lo digo todo. A ver si tú tienes los huevos de seguir tan chulo cuando tus padres te han repudiado y te han mandado a vivir con la abuela. Así que lo que cuenta de la paella de su madre, ni plas, todo mentira, pero bien que te lo has tragado. 

   El Pirri era actor, también, y un drogadicto que estuvo muy metido toda la vida, toda la que vivió, porque con veintitres se lo encontraron pajarico en un descampado con tres papelinas: la vacía que lo dejó seco y dos más apretadas en la mano. 

   Igual no le iba bien. Eso ya no importa. Él decía que sí, que, contando hacia atrás desde que se lo encontraron muerto, hacía casi un año que no se metía na de ná; que tenía una pivita y eso y se quería meter en una moto. Pero luego se quitaba el nervio yendo a pata desde San Blas hasta Gran Vía, donde grababa una sección de cine para un programa. 

   Lo jodido es que, por más que insista, a mí no me parece malo. Igual me pasa con su colega, el Manzano, que también se fue a morir en el mismo descampao en Vicálvaro lleno de picos usados que él unos años después. Igual es que aguantó hasta que se le acabó la cuerda.


Mañana más...